miércoles, 30 de marzo de 2011

Agradable sorpresa: El museo del Hospital de los Marqueses de Linares

Siempre es agradable ver que en tu ciudad natal recuperan un espacio tan emblemático para Linares como el Hospital de los Marqueses. Tras una restauración y acondicionamiento de la iglesia (creo que ya desacralizada) y las zonas adyacentes. Mucho tiempo había estado casi abandonada uno de las pocas construcciones que quedan de la época de esplendor minero de finales del XIX y principio del XX.

Museo del Hospital de los Marqueses

Especialmente agradable el espacio de la nave central de la iglesia, a mi parecer muy propicio para los conciertos.

Museo del Hospital de los Marqueses


Museo del Hospital de los Marqueses


Museo del Hospital de los Marqueses


Museo del Hospital de los Marqueses

Una espina que tenía clavada era fotografiar la cripta con las figuras de los marqueses.


Cripta - Museo del Hospital de los Marqueses


Cripta - Museo del Hospital de los Marqueses


Cripta - Museo del Hospital de los Marqueses

Una pena que se me agotasen las baterías y no pudiera añadir más imágenes de la cripta, ni de la sección dedicada a la minería y los cuidados médicos asociados. Como no podía faltar allí, al final del recorrido, la inevitable referencia a la muerte de Manolete. Me extraña que no haya una placa con el nombre de los notables linarenses que han nacido allí (como yo por ejemplo :-P).

martes, 25 de enero de 2011

Merienda prohibida

No me ha sorprendo en absoluto. Y eso quizás es lo peor. En esta ciudad hemos llegado a ése punto en el que se pasan tus derechos por la entrepierna, y no nos sorprendemos.

Gracias a Halón Disparado, aprendemos que la Constitución (si, esa Constitución con la que se le llenan a algunos la boca), otorga el derecho de reunión. Y la ley orgánica 9/1983 lo regula, definiéndolo como la “concurrencia concertada y temporal de más de 20 personas, con finalidad determinada”. Si es en un espacio público sólo se podrá prohibir si “existen razones fundadas de que puedan producirse alteraciones del orden público, con peligro para personas o bienes”.

Y ahora ves el video:



No puedo dejar de felicitar al colectivo El gato con moscas. Olé.

Un ejemplo más de cómo los medios de la Policía Local están desplegados por Granada para hacer cumplir la ley. Malditos yonquis lácteos. Gentuza bebedora de leche. Menos mal que los cuerpos de seguridad local estaban allí. Aunque también me hubiese gustado que hubiesen estado cuando me robaron la rueda del coche. O cuando a ése turista italiano le robaron la cartera. O cuando ese BMW estaban haciendo trompos en la rotonda, poniendo en peligro a peatones y a otros coches. O cuando el mismo turista italiano se tomó la justicia por su mano y le abrió la cabeza a uno de los ladrones cuando se lo cruzó por la calle. O cuando le estaban pegando una paliza a uno entre media docena a uno el fin de semana pasado a la salida de una discoteca. Pero no. Están para otras cosas. Para hacer cumplir la ordenanza de convivencia.

Pero claro eso sería ser demagogo.

lunes, 17 de enero de 2011

El viaje como aventura

Durante el viaje a Japón me resultó inevitable tener la sensación de estar en una especie de viaje iniciático, una aventura en un país exótico, una experiencia para la que no todo el mundo está preparado. Cada vez que llegaba mi destino en una de las nueve ciudades, con frecuencia pensaba que era una pequeña victoria, un leve logro haber alcanzado el hotel o el ryokan sin novedades tras desplazarse en tren, normalmente, o unas pocas en bus, o hasta en ferry. Llegar a la recepción a la hora más o menos convenida, y encontrarte con las maletas que has enviado unos días antes, sin conocer ni un sólo kanji del idioma local, era una gran satisfacción.

Pero todas esas falsas sensaciones de, no solamente estar viajando, y disfrutando mucho de ello, sino que estábamos arriesgándonos algo en el proceso, se vieron despejadas de un plumazo. Y como muchas veces en la vida, este golpe de realidad lo recibí en un bar. Bares, qué lugares.


Fugu- Sushi bar en Osaka


Nuestra primera noche en Osaka nos fuimos a Dōtonbori a pasear y a buscar un sitio donde cenar. Tras alucinar con los neones, las tiendas, y las gentes, nos metimos en un sushi bar que cumplía con uno de nuestros requisitos básicos. Tener carta en inglés. Tras pedir una sopa y una lasaña, ambas con fugu, estábamos mi mujer y yo comentando el día. Había sido una mañana interesante en Koyasan, y entre cervezas recordábamos lo visto. Entraron dos occidentales que se sentaron en la barra. Buscando entretenerse empezaron a pegar la hebra con una joven occidental que estaba también sentada en la barra, comiendo sushi.

Entonces no pude evitar escuchar la conversación que mantuvieron. En un perfecto inglés, los dos alemanes explicaron que eran pilotos de Lufthansa, que habían aterrizado esa tarde, y que mañana se iban de nuevo. El más mayor, explicó que era el piloto principal, y que hacía vuelos a la zona asiática con frecuencia. Cuando tenía vacaciones prefería no irse lejos, se quedaba en Alemania o Europa. Me lo imagino yéndose de vacaciones a Mallorca.

Entonces la joven explicó que era italiana. Trabajaba en Irlanda y había estado ahorrando para este viaje. Mirándola, me di cuenta entonces de que era más joven que yo, y que tenia a sus pies una mochila enorme. Contó como salió de viaje hace cuatro meses, empezando en Rusia, y siguiendo a su aire el trazado del tren transiberiano. Se paraba en un algún lugar si le gustaba más, o avanzaba rápido por zonas que no le iteresaban. Al llegar a Mongolia, se entretuvo un mes por alli para conecerla. Como remate, al llegar a la costa voló a Japón, recorrió sus ciudades más turísticas, bajó hasta Okinawa, disfrutó de sus playas y de allí volvió a la isla principal. Ese mismo día había tocado tierra desde el barco que la traía de Okinawa, y en par de horas tomaba el bus al aeropuerto para volver a Irlanda. Había viajado con la única compañía de la gran mochila, y otra más pequeña que había dejado en la taquilla de la estación de autobuses. Ella sola había recorrido toda la longitud de Asia con 2 mochilas, y allí estaba en ese bar, tomando su última cena del viaje.

Ni que decir tiene que durante su relato, tanto los pilotos como nosotros, nos habíamos quedado admirados y sorprendidos. Éso, éso si que es una aventura.